En
una ciudad con un pasado histórico tan variado como es el caso de
Oviedo, es un dolor ver como los responsables del conjunto
patrimonial hacen poco o nada por él.
Hace
unos días, la iglesia prerrománica de San Julián de los Prados,
también conocida como Santullano, ha aparecido una vez más con
graffitis en tres de sus muros exteriores. Qué lleva a una persona a
hacer algo así es incomprensible, pero más todavía que un
edificio declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco desde
1998 no goce de mejores medidas de seguridad. Con un simple ejercicio
de reflexión, cualquiera se daría cuenta que para la preservación
de un edificio no es precisamente lo mejor: primero, plantar en 1970
una autopista; segundo, colocar unos focos de dudosa interpretación;
y tercero, esperar que el edificio siga en pie porque sí, obviando
tanto restauraciones como medidas preventivas.
Estamos hablando de una iglesia de más de 1000 años, un edificio
singular lleno de dudas y enigmas, como la mayor parte del
prerrománico asturiano, que además alberga en su interior un
conjunto de pinturas murales conservadas casi en su totalidad con un
profundo significado simbólico. Se trata de uno de los últimos
testimonios de pintura altomedieval, junto a los ya escasos restos de
San Miguel de Liño (o de Lillo) en el Naranco.
Supongo
que no podemos esperar más en una ciudad donde los bares de copas se
encuentran en el casco antiguo, donde hasta el 2013 se celebraban los
conciertos de las fiestas de la ciudad al lado de la catedral gótica
(otra pieza única) y donde todo es susceptible de ser derribado en
favor de edificios desproporcionados, caros, y por supuesto, blancos.
Necesitamos
que nuestro gobierno sea consciente del importante patrimonio que
tenemos la suerte de poseer los asturianos, aprenda a cuidarlo y a
sacarle partido con provecho y evitando perjudicarlo.